Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
18 de noviembre del 2024
La revolucionaria obra «Frankenstein o el moderno Prometeo» marcó un antes y después en la literatura universal, transformando para siempre los límites entre la ciencia ficción y el género gótico. Su creadora, Mary Wollstonecraft Shelley, no solo inauguró nuevas formas de narrar el horror y la ambición científica, sino que estableció profundas reflexiones sobre la responsabilidad moral y los peligros del progreso descontrolado que resuenan con particular vigencia en nuestra era tecnológica.
La voz literaria de Shelley emerge como una de las más influyentes del siglo XIX, cuestionando las estructuras sociales establecidas y proponiendo visiones revolucionarias sobre la familia y el papel de la ciencia en la sociedad. Su obra, que abarca desde novelas históricas hasta relatos de viajes, construye un legado intelectual que trasciende géneros y épocas, estableciendo debates fundamentales sobre la naturaleza humana y los límites éticos del conocimiento científico que continúan interpelando a lectores contemporáneos. La capacidad de Shelley para entretejer preocupaciones filosóficas con narrativas cautivadoras la posiciona como una figura esencial en el canon literario, cuya influencia se extiende mucho más allá de la creación de uno de los monstruos más memorables de la literatura.
El nacimiento de una visionaria
El 30 de agosto de 1797, en un hogar radical londinense, nació Mary Wollstonecraft Shelley. La temprana ausencia materna marcó profundamente su existencia – su madre, la destacada pensadora feminista Mary Wollstonecraft, falleció de fiebres puerperales diez días después del alumbramiento, dejando a la recién nacida bajo el cuidado de William Godwin, un austero intelectual revolucionario que encontraba difícil expresar afecto hacia sus hijos (Mellor, 2019).
Los primeros años transcurrieron en un ambiente intelectualmente estimulante pero emocionalmente distante. El hogar del Polygon en Somers Town recibía frecuentes visitas de prominentes escritores y filósofos como Coleridge, Lamb y Wordsworth. La pequeña Mary solía sentarse silenciosamente en un rincón, absorbiendo las conversaciones sobre política, ciencia y literatura que después nutrirían su imaginación creativa (Mellor, 2019).
En 1801, la llegada de una madrastra, Mary Jane Clairmont, introdujo nuevas tensiones en la dinámica familiar. A pesar de que la nueva señora Godwin se ocupaba de las necesidades físicas básicas, su favoritismo hacia sus propios hijos y su interferencia en la relación entre Mary y su padre generaron un ambiente doméstico cada vez más opresivo. La joven encontraba refugio en la lectura y en frecuentes visitas a la tumba de su madre en el cementerio de St. Pancras, donde leía y soñaba, desarrollando un mundo interior rico en fantasías e ideas revolucionarias (Mellor, 2019).
El destino daría un giro dramático cuando, en 1814, conoció al joven poeta Percy Shelley, discípulo intelectual de su padre. El encuentro entre la brillante adolescente de dieciséis años y el carismático poeta de veintiún años desencadenaría una historia que desafiaría las convenciones sociales y transformaría la literatura para siempre (Mellor, 2019).
La forja de una escritora
Los meses en Bishopsgate marcaron el verdadero inicio de la carrera literaria de Mary. La biblioteca de la casa, nutrida por las constantes adquisiciones de Shelley, contenía desde los clásicos griegos hasta las más recientes publicaciones filosóficas. Aquí, bajo la tutela de su amante y la influencia persistente de las enseñanzas de Godwin, la joven comenzó a forjar su propia voz literaria (Sunstein, 1989).
Desarrolló una disciplina de estudio que asombraba incluso a Shelley. Las mañanas las dedicaba al perfeccionamiento del griego y el latín, materias que consideraba esenciales para su formación intelectual. Los cuadernos de esta época, conservados en la Bodleian Library, revelan no solo sus avances en estas lenguas sino también sus primeros experimentos literarios, donde ya se vislumbraban los temas que más tarde exploraría en sus obras maduras (Sunstein, 1989).
El nacimiento de William en enero de 1816 introdujo nuevas complejidades en su vida. A pesar de las demandas de la maternidad, Mary mantenía su dedicación a la escritura, aprovechando cualquier momento de soledad para plasmar sus pensamientos en el papel. Esta época de aparente restricción doméstica fue, paradójicamente, una de las más fértiles para su imaginación. Las noches de insomnio junto a la cuna se convirtieron en períodos de intensa actividad mental, donde comenzaron a gestarse las primeras ideas de lo que se convertiría en su obra maestra (Sunstein, 1989).
Durante las veladas, cuando el pequeño William dormía, Mary y Shelley se entregaban a sesiones de lectura compartida que se prolongaban hasta altas horas de la noche. Leían a Milton, Shakespeare y los poetas del lago, intercambiando interpretaciones y debatiendo sobre las grandes cuestiones filosóficas y morales que ocupaban sus mentes. La presencia ocasional de Hogg y Peacock añadía nuevas perspectivas a estas discusiones, que más tarde encontrarían eco en las páginas de Frankenstein. La joven Mary, heredera del radicalismo de Godwin y la sensibilidad de Wollstonecraft, comenzaba a encontrar su propio camino entre la tradición y la innovación, entre la razón y la imaginación, entre la filosofía y la literatura (Sunstein, 1989).
Los años de transformación literaria
Las crónicas privadas, que conformaron la base de su relación con la literatura, culminaron con la publicación de Frankenstein. Es en sus obras posteriores donde encontramos el verdadero desarrollo de su voz autoral, una voz que se iría fortaleciendo con cada nueva publicación hasta alcanzar su máximo esplendor en sus últimas obras (Shelley, 2003).
Mary percibía y secretamente correspondía a la admiración intelectual de Percy Shelley. Aunque rechazaba a los aristócratas como clase social, se sentía cautivada por su dedicación al mejoramiento humano. Juntos emprendieron un intensivo programa de lecturas que incluía todas las obras de Godwin y Wollstonecraft, documentando su progreso en un diario colaborativo que buscaba emular la reciprocidad intelectual de sus padres. La influencia de estas lecturas compartidas se manifestaría posteriormente en toda su obra, especialmente en su tratamiento de temas sociales y políticos que la sociedad consideraba impropios para una mujer escritora (Shelley, 2003).
Al tender puentes entre el análisis histórico-político y el retrato psicológico agudo de su primera novela, Mary Shelley amplió considerablemente el ámbito en el que estaba dispuesta a participar públicamente (Sunstein, 1989).
Mientras Mary y Percy Shelley recurrían a las obras de sus padres en parte para legitimar su propio experimento de domesticidad revolucionaria, también buscaban emular sus roles como críticos sociales y culturales. Así como Godwin y Wollstonecraft habían sentido en carne propia los eventos de la Revolución Francesa, los Shelley fueron testigos del impacto de los «grandes y extraordinarios acontecimientos» de la carrera meteórica de Napoleón, que culminó con su derrota y la restauración de gobiernos despóticos en Europa. Esta experiencia compartida del momento histórico que les tocó vivir forjaría no solo su visión política sino también su aproximación a la literatura como herramienta de cambio social (Shelley, 2003).
La consolidación de un legado imperecedero
Esta aproximación a la literatura como herramienta de cambio social encontraría su máxima expresión en las obras posteriores a Frankenstein, particularmente durante el período post-napoleónico. El turbulento panorama político europeo nutrió la imaginación de Shelley, manifestándose de forma más evidente en «The Last Man» (1826), donde su narrativa adquirió una dimensión profética que trascendía las meras convenciones literarias de su tiempo. Esta novela post-apocalíptica, aunque inicialmente recibida con escepticismo por la crítica contemporánea, revelaría la extraordinaria capacidad de Shelley para entretejer preocupaciones sociales con innovaciones narrativas que anticiparían por más de un siglo el desarrollo de la literatura distópica moderna, consolidando así su posición como visionaria no solo del género gótico sino también de la ciencia ficción especulativa (Puppo, 2024).
La madurez literaria de Shelley se manifestó en una diversificación notable de su producción escrita, que abarcó desde ediciones meticulosamente anotadas de las obras poéticas de Percy hasta contribuciones regulares en prestigiosas publicaciones periódicas. Esta fase de su carrera, frecuentemente subestimada por la crítica tradicional, demuestra una sofisticación intelectual y una versatilidad creativa que desafían la tendencia histórica a reducir su legado a la creación de Frankenstein. Los manuscritos de esta época, preservados en la Bodleian Library, revelan a una autora que había logrado trascender las sombras tanto de su ilustre linaje intelectual como de su célebre círculo literario, estableciendo una voz distintiva que conjugaba erudición histórica, sensibilidad política y una persistente preocupación por las implicaciones éticas del progreso humano https://www.infobae.com/historias/2024/08/30/mary-shelley-la-escritora-que-creo-al-monstruo-mas-popular-y-conservo-el-corazon-de-su-amado-muerto/.
El archivo Shelley-Godwin, testimonio invaluable de su evolución intelectual, ofrece una ventana privilegiada hacia el meticuloso proceso creativo de una pensadora sistemática. Sus cuadernos de notas, correspondencia y manuscritos inéditos desmienten la noción romántica de la inspiración espontánea, presentando en su lugar a una autora que concebía la creación literaria como un ejercicio de precisión intelectual y responsabilidad moral, nutrido tanto por un riguroso programa de lecturas como por una aguda observación de las transformaciones sociales y científicas de su época (Puppo, 2024).
En última instancia, el legado de Mary Shelley trasciende las fronteras del género gótico que ayudó a definir, proyectándose hacia cuestiones fundamentales que mantienen una inquietante vigencia en nuestro presente tecnológico. Sus manuscritos, celosamente conservados en instituciones académicas de prestigio, continúan interpelando a lectores y estudiosos contemporáneos, generando nuevas interpretaciones y debates que confirman la actualidad de sus preocupaciones sobre la naturaleza del progreso científico, la responsabilidad moral del creador y los límites de la ambición humana. En una era donde los avances tecnológicos plantean dilemas éticos cada vez más complejos, la voz de Shelley resuena con renovada urgencia, recordándonos que las grandes cuestiones sobre la condición humana y los peligros del conocimiento sin conciencia permanecen tan relevantes como cuando emergieron de su imaginación visionaria en aquella tormentosa noche en Villa Diodati (Puppo, 2024).
Referencias
Mellor, A. K. (2019). Mary Shelley: Her life, her fiction, her monsters. Madrid, España: Akal, S.A.
Puppo, C. (20 de Agosto de 2024). Mary Shelley, la escritora que creó al monstruo más popular y conservó el corazón de su amado muerto. Obtenido de Indobae: https://www.infobae.com/historias/2024/08/30/mary-shelley-la-escritora-que-creo-al-monstruo-mas-popular-y-conservo-el-corazon-de-su-amado-muerto/
Shelley, M. (2003). THE CAMBRIDGE COMPANION TO MARY SHELLEY. Cambridge, New York: CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS.
Sunstein, E. W. (1989). Mary Shelley: Romance and Reality. Baltimore, Maryland: The Johns Hopkins University Press.