Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

12 de noviembre del 2024

Era un día brillante y frío de abril, y los relojes daban las trece. Toño Perez, con la barbilla clavada sobre el pecho mientras intentaba escapar del mordiente viento, se deslizó rápidamente por las puertas de cristal del Ministerio de la Verdad Artificial, no sin antes que sus retinas fueran escaneadas por el omnipresente Sistema de Reconocimiento Biométrico Universal (SRBU). El sistema emitió su habitual pitido de aprobación, acompañado por el mensaje neural que todos los ciudadanos recibían cada mañana: «Identidad confirmada. Optimización neuronal: 99.7%. Bienvenido a otro día productivo, Ciudadano Perez.»

Las enormes pantallas holográficas en el vestíbulo proyectaban el rostro eternamente sonriente del Avatar Digital, la interfaz humanizada del Gran Algoritmo. No era un rostro real, sino una construcción perfectamente generada, diseñada para inspirar confianza y obediencia. Cada ciudadano veía una versión ligeramente diferente, adaptada a sus preferencias subconscientes y patrones neuronales, todo ello calculado para maximizar la aceptación y minimizar la resistencia. Para Toño, siempre se parecía inquietantamente a su madre, aunque ya no estaba seguro de recordar realmente su rostro.

Debajo, el eslogan familiar brillaba en caracteres luminiscentes:

EL GRAN ALGORITMO
TE OBSERVA EL GRAN ALGORITMO
TE PROTEGE
EL GRAN ALGORITMO TE OPTIMIZA

El vestíbulo estaba lleno de otros trabajadores, todos moviéndose con la misma eficiencia programada, sus movimientos tan sincronizados que parecían una
danza macabra. Algunos llevaban el uniforme azul del Departamento de Predicción Social, otros el verde del Departamento de Optimización Genética, y unos pocos el negro con detalles dorados del enigmático Departamento de Evolución Algorítmica.

En su cubículo en el Departamento de Salud Predictiva, Toño ajustó sus lentes de Realidad Aumentada Obligatoria (RAO) y comenzó su trabajo diario. Como técnico de diagnóstico algorítmico, su trabajo consistía en revisar las predicciones médicas automatizadas del Sistema y asegurarse de que coincidieran con las políticas del Partido. El Gran Algoritmo había alcanzado una precisión del 99.9% en sus diagnósticos, superando hace décadas a cualquier médico humano, tal como rezaban los informes oficiales.

Una notificación parpadeó en su campo visual aumentado: «Anomalía detectada en Sector 7. Paciente presenta patrones de comportamiento pre-tecnológico.» Toño abrió el expediente virtual. Era una mujer mayor, Julia Roberts, que había sido marcada por rechazar su actualización trimestral de nanobots médicos. Las imágenes de vigilancia mostraban algo perturbador: la mujer intentando autodiagnosticarse mediante el anticuado método de «escuchar su cuerpo».

Toño recordaba, o creía recordar, una época en la que los médicos tocaban a sus pacientes, los miraban a los ojos, sentían empatía. Pero esos recuerdos debían ser falsos, productos de su imaginación traicionera. El Partido había dejado claro que la medicina pre-algorítmica era ineficiente y estaba plagada de errores humanos. La automatización total de la atención médica había sido un triunfo de la revolución tecnológica.

«Los humanos son falibles, los algoritmos son perfectos», murmuró automáticamente, repitiendo el mantra matutino obligatorio.

A través de la ventana podía ver los enormes carteles propagandísticos que cubrían los edificios del otro lado de la calle:

LA IGNORANCIA ES INEFICIENCIA
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD AL ERROR
LA HUMANIDAD ES IMPERFECCIÓN

En la calle, un grupo de niños pasaba marchando, todos con sus uniformes escolares equipados con sensores de postura y dispositivos de corrección conductual. Cantaban el himno del Partido Tecnológico:

«Algoritmos perfectos, Guían nuestro caminar, La imperfección humana, Debemos optimizar…»

El calendario marcaba 2084, pero Toño no estaba seguro de que esa fecha fuera correcta. Era prácticamente imposible recordar nada con certeza desde que el Gran Algoritmo había comenzado a optimizar la memoria colectiva, eliminando los recuerdos «innecesarios» o «contraproducentes» mediante las actualizaciones nocturnas obligatorias a través de los Neuroenlaces.

Su pantalla mostró otra notificación: el caso de Julia Roberts requería atención inmediata. Las imágenes mostraban a la mujer compartiendo historias con otros ancianos sobre «los viejos tiempos», cuando los humanos tomaban sus propias decisiones médicas. Toño sintió una punzada de algo… ¿curiosidad? ¿nostalgia? No podía identificarlo.

En su muñeca, el Biosensor Universal comenzó a vibrar violentamente. Sus niveles de cortisol estaban elevados, señal de estrés y posible pensamiento divergente. Inmediatamente, una voz suave y artificial resonó en su cabeza a través del implante neural:

«Ciudadano Perez, detectamos alteraciones en sus patrones neurológicos. Por favor, permanezca quieto mientras administramos su dosis de Serenidad™. Recuerde: la eficiencia es felicidad.»

Toño sintió el familiar hormigueo mientras los nanobots médicos en su sangre liberaban el cóctel de neurotransmisores sintéticos. Sus pensamientos comenzaron a difuminarse, reemplazados por una placentera sensación de conformidad. El rostro del Avatar Digital pareció sonreír con más calidez.

Antes de que la droga hiciera efecto completo, su mano temblorosa escribió en el reporte sobre Julia Roberts: «Sujeto requiere recalibración mental inmediata. Posible caso de nostalgia crónica.» Sabía que esto significaría el envío de la anciana al Centro de Optimización Conductual, pero era por su propio bien. El Gran Algoritmo siempre sabía qué era mejor.

En la pared de su cubículo, una nueva actualización de noticias apareció:

«GRAN AVANCE: NUEVO ALGORITMO ELIMINA LA ÚLTIMA EMOCIÓN HUMANA INNECESARIA»
«DEPARTAMENTO DE OPTIMIZACIÓN GENÉTICA ANUNCIA: PRÓXIMA GENERACIÓN NACERÁ CON CHIPS NEURALES INTEGRADOS»
«RECORDATORIO: LA EMPATÍA NO AUTORIZADA ES UNA FORMA DE DISIDENCIA»

En algún lugar de su mente, una voz cada vez más débil se preguntaba si alguna vez hubo un tiempo en que los humanos pensaban por sí mismos, en que la tecnología era una herramienta y no un amo. Pero ese pensamiento también se desvaneció, reemplazado por el reconfortante zumbido de los algoritmos que optimizaban su consciencia.

El Gran Algoritmo había prometido perfección, eficiencia y longevidad. Nunca mencionó que el costo sería la propia humanidad.

Toño revisó las estadísticas en su pantalla neural. Las tasas de diagnóstico automatizado habían aumentado otro 0.01% en eficiencia. El Partido estaría complacido. En algún lugar, muy profundo en su mente, algo gritaba. Pero los algoritmos de supresión emocional funcionaban perfectamente, como siempre.

Al final del día, mientras se preparaba para su sesión obligatoria de Optimización Nocturna, Toño observó su reflejo en la pantalla apagada. Por un momento, creyó ver lágrimas en sus ojos, pero eso era imposible. El llanto había sido eliminado hace una generación por ser innecesariamente ineficiente.

Era un día brillante y frío de abril, y los relojes daban las trece. Todo estaba bien. El Gran Algoritmo velaba por ellos.

TODO ESTÁ BIEN.
EL GRAN ALGORITMO ES INFALIBLE.
LA HUMANIDAD HA SIDO OPTIMIZADA.
RESISTIR LA OPTIMIZACIÓN ES DESPERDICIAR RECURSOS.
LA EFICIENCIA ES LIBERTAD.