Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

23 de diciembre del 2024

En los albores de la historia cristiana, se despliega un relato de extraordinaria intensidad que entrelaza la supervivencia, la fe y el destino mesiánico: la huida a Egipto de la Sagrada Familia. Este episodio, brevemente narrado en el Evangelio de Mateo pero rico en implicaciones históricas y teológicas, se desarrolla en un contexto de agitación política y tensión social bajo el reinado de Herodes el Grande, un período marcado por la paranoia del poder y la violencia institucional.

Los días previos a esta dramática partida se sitúan en un momento crucial donde confluyen las antiguas profecías con la realidad histórica del siglo I. La llegada de los magos de Oriente a Jerusalén, portando noticias del nacimiento de un nuevo rey, desencadena una serie de acontecimientos que transformarían la apacible vida de una joven familia de Belén en una angustiosa carrera por la supervivencia. Este período representa no solo un momento definitorio en la narrativa cristiana temprana, sino también un testimonio histórico de los movimientos migratorios forzados y las dinámicas de poder en la antigua Judea, donde las aspiraciones imperiales y las creencias religiosas se entretejían en un complejo tapiz de conflicto y esperanza.

Los días previos al nacimiento del salvador

En una pequeña aldea de Galilea, María y José vivían su vida cotidiana según las costumbres judías de la época. Los desposorios entre ambos seguían el ritual tradicional, un compromiso tan serio que solo podía romperse mediante un divorcio formal. Las fuentes evangélicas nos muestran a esta joven pareja, él como carpintero descendiente de la casa de David, ella como una muchacha de Nazaret, ambos inmersos en las prácticas religiosas y tradiciones familiares que marcaban el ritmo de la vida en aquella región (Román Martínez, 2009).

La vida de esta pareja cambió radicalmente cuando María recibió la visita del ángel Gabriel. El evangelio nos revela un momento de profunda intimidad: la joven, sola en su hogar, recibe un mensaje que transformaría no solo su vida, sino la historia de la humanidad. Esta noticia, que desafiaba toda comprensión humana, debía ser comunicada a José, generando un momento de tensión y duda que solo la fe podría resolver. La reacción inicial de José ante el embarazo de María demuestra la profundidad de su carácter: siendo un hombre justo y no queriendo exponerla a la vergüenza pública, decide separarse de ella en secreto (Román Martínez, 2009).

La intervención divina a través de un sueño marca el comienzo de una nueva etapa para la pareja. José, al despertar, acepta su papel en este plan que supera todo entendimiento humano. Esta decisión refleja no solo su obediencia a Dios, sino también su amor y respeto hacia María. Mientras la pareja se preparaba para el nacimiento, un nuevo desafío surge en su camino: el edicto del emperador César Augusto ordena un censo que los obligará a viajar a Belén (Román Martínez, 2009).

El viaje al censo: de Nazaret a Belén

A finales del siglo I antes de Cristo, una orden administrativa del emperador César Augusto, que mandaba realizar un censo en todo el Imperio Romano, provocó el desplazamiento de numerosas familias hacia sus lugares de origen. Este decreto alcanzó también a José, artesano de Nazaret, quien por pertenecer a la casa de David debía registrarse en Belén, la ciudad de sus antepasados. La disposición imperial, que buscaba un control más eficiente de la población y los tributos, se convertía así en el elemento histórico que marcaría el destino de esta familia (Beteta, 2016).

El trayecto entre Nazaret y Belén representaba una distancia considerable de aproximadamente 150 kilómetros a través de caminos irregulares y terreno montañoso. Las fuentes históricas indican que estos viajes solían realizarse en caravanas por razones de seguridad y apoyo mutuo, siguiendo rutas establecidas que conectaban las principales poblaciones. José y María, ella en avanzado estado de gestación, debieron preparar cuidadosamente los aspectos prácticos del viaje: provisiones, lugares de descanso y el tiempo necesario para llegar a su destino antes del nacimiento del niño (Beteta, 2016).

La llegada a Belén presentó dificultades inmediatas para la pareja. La afluencia de viajeros que acudían al censo había saturado los alojamientos disponibles en la pequeña localidad. José, pese a su condición de artesano respetado en Nazaret, se encontró en la situación de no poder asegurar un hospedaje adecuado para su esposa en estas circunstancias. Este hecho obligó a la pareja a buscar alternativas de resguardo, adaptándose a las condiciones que encontraron en su destino (Beteta, 2016).

El pesebre como destino providencial

La llegada a Belén se vio marcada por una serie de circunstancias que fueron transformando las expectativas iniciales de la Sagrada Familia. José, según revelan las fuentes documentales, había previsto encontrar alojamiento adecuado en esta ciudad de sus antepasados, pero la realidad que encontró fue muy diferente. El edicto imperial que obligaba al censo había provocado una afluencia extraordinaria de viajeros, saturando todas las posadas y hospedajes disponibles en la pequeña localidad (Barlow, 1948).

Las fuentes evangélicas, particularmente el relato de Lucas, señalan con precisión que «no había lugar para ellos en el alojamiento». La saturación de la ciudad no era meramente circunstancial; representaba el cumplimiento de antiguas profecías que anunciaban que el Mesías nacería en condiciones de extrema humildad. El pesebre, lugar destinado a los animales, se convirtió así en el espacio donde María daría a luz al Salvador, en un contraste dramático con la dignidad del acontecimiento que estaba por suceder. La tradición cristiana, recogida en diversos documentos antiguos, describe el lugar como una cueva o gruta utilizada como establo, donde un pesebre servía para alimentar a los animales (Barlow, 1948).

Los detalles sobre la falta de hospedaje revelan también aspectos de la estructura social de la época. A pesar de que José pertenecía a la casa de David, linaje de gran prestigio, su condición de artesano y la sobrepoblación temporal de Belén lo situaron en una posición de vulnerabilidad que los obligó a aceptar el único refugio disponible. Este espacio rústico contaba únicamente con lo esencial: paja que serviría de lecho, un comedero que se transformaría en cuna, y la presencia de animales que, según la tradición, serían un buey y una mula. La descripción de estos elementos no es meramente pintoresca, sino que refleja la realidad de las construcciones rurales de la época, donde era común el uso de cuevas naturales como espacios de resguardo para el ganado (Barlow, 1948).

Los Reyes Magos: entre la historia y el misterio oriental

La figura de los Reyes Magos emerge del evangelio de Mateo con una fascinante ambigüedad que ha cautivado la imaginación durante siglos. El texto original los describe simplemente como «magos de Oriente», sin especificar su número, nombres o condición real. Estos personajes, según el relato evangélico, se presentan en Jerusalén preguntando por el «rey de los judíos que ha nacido», guiados por una estrella que habían visto en Oriente, demostrando su conocimiento de la astronomía y las profecías hebreas, características propias de los sabios persas o babilónicos de la época (Hidalgo Pérez, 2018).

La tradición posterior, forjada a través de siglos de elaboración teológica y cultural, transformó a estos magos orientales en tres reyes, asignándoles nombres (Melchor, Gaspar y Baltasar), orígenes geográficos distintos y características físicas específicas que representaban las tres edades del hombre y las razas conocidas en el mundo medieval. Sus presentes -oro, incienso y mirra- adquirieron profundos significados simbólicos: el oro representando la realeza de Cristo, el incienso su divinidad, y la mirra prefigurando su muerte y resurrección. Esta interpretación simbólica, ausente en el texto bíblico original, se consolidó a través de la exégesis patrística y la tradición popular, convirtiendo a estos personajes en portadores de un mensaje teológico complejo (Hidalgo Pérez, 2018).

La ruta seguida por los magos representa otro elemento de fascinante análisis histórico-geográfico. El relato menciona que primero se dirigen a Jerusalén, donde su presencia provoca la inquietud de Herodes y la corte, para luego continuar hacia Belén guiados nuevamente por la estrella. Este itinerario sugiere que probablemente llegaron desde el este siguiendo la ruta del comercio de incienso que conectaba Arabia y Persia con Jerusalén, un detalle que aporta verosimilitud histórica al relato y lo conecta con las realidades comerciales y culturales de la época. El texto bíblico indica que regresan a su tierra «por otro camino» tras ser advertidos en sueños, revelando otra dimensión sobrenatural en su misión y estableciendo un patrón narrativo que combina elementos históricos tangibles con intervenciones divinas, característico de los relatos de la natividad (Hidalgo Pérez, 2018).

La huida a Egipto: entre la persecución y el exilio

En el dramático relato evangélico de Mateo, la amenaza de muerte se cierne sobre el recién nacido inmediatamente después de la partida de los magos de Oriente. Herodes, consumido por el temor a perder su trono ante el anunciado «rey de los judíos», ordena una de las acciones más cruentas registradas en los textos bíblicos: la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. Esta decisión, aunque ausente en otras fuentes históricas contemporáneas, resulta perfectamente coherente con el perfil documentado del monarca idumeo, conocido por su paranoia política y la sistemática eliminación de cualquier posible rival al trono, incluyendo a varios miembros de su propia familia (Román Martínez, 2009).

La descripción del episodio de la matanza de los inocentes, narrado exclusivamente por Mateo, adquiere una profunda dimensión profética al vincularse con las palabras de Jeremías: «un clamor se ha oído en Ramá, llanto y gemido grande». Esta conexión textual establece un paralelismo significativo entre el sufrimiento histórico del pueblo hebreo y la persecución del Mesías desde su nacimiento, tejiendo una narrativa que entrelaza el cumplimiento de las antiguas profecías con los nuevos acontecimientos. Los primeros cristianos interpretaron este suceso como la manifestación temprana del conflicto entre el poder terrenal y el plan divino de salvación, una lectura que se integraría profundamente en la teología cristiana posterior (Román Martínez, 2009).

La advertencia divina que recibe José llega a través de un sueño, un mecanismo recurrente en las comunicaciones celestiales dentro de la narrativa bíblica. El mensaje resulta claro y urgente: debe tomar al niño y a su madre para huir a Egipto, un destino que no es casual en el relato, pues este país había sido históricamente el refugio de los perseguidos en la tradición hebrea, como evidencia la historia de Jacob y sus hijos. La premura de la partida y la elección del destino no solo revelan la gravedad del peligro inminente, sino también sugieren la existencia de rutas establecidas y comunidades judías asentadas en territorio egipcio, que podrían facilitar la acogida de la Sagrada Familia. La estancia en Egipto, sobre la que los evangelios mantienen un significativo silencio, se prolonga hasta la muerte de Herodes, cuando un nuevo sueño comunica a José que puede regresar con su familia a Israel, aunque el temor al sucesor Arquelao les conduce finalmente a establecerse en Nazaret de Galilea (Barlow, 1948).

Referencias

Barlow, R. (1948). Pastorela de viejitos. Para solemnizar el nacimiento de nuestro señor Jesucristo. Universidad de investigación filologica, 321-367.

Beteta, P. (2016). Descubriendo a san José en el Evangelio. Madrid: Palabra.

Hidalgo Pérez, E. (2018). VERSIONES BÍBLICAS DEL NACIMIENTO DE JESÚS Y LA ACTUAL HISTORIA DE LA NAVIDAD. ArtyHum, 55, 9-36.

Román Martínez, C. (2009). María, modelo del discípulo, según Lucas. Reseña bíblica: Revista trimestral de la Asociación Bíblica Española, Nº. 61, 33-42.