Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

16 de diciembre del 2024

La Virgen de la Candelaria representa uno de los fenómenos más fascinantes de sincretismo religioso y cultural en la América colonial, cuya veneración trasciende las fronteras del tiempo y el espacio para convertirse en un elemento fundamental de la identidad andina. Su culto, que comenzó en las orillas del lago Titicaca en 1583, ilustra la compleja interacción entre las tradiciones católicas europeas y las creencias ancestrales indígenas, materializando una forma única de expresión espiritual que continúa vigente en la actualidad. La devoción a esta advocación mariana no solo transformó el paisaje religioso del Virreinato del Perú, sino que también se convirtió en un puente cultural que permitió a las comunidades indígenas mantener vivas sus tradiciones mientras adoptaban nuevas formas de expresión religiosa.

La historia de la Virgen de la Candelaria es, en esencia, un relato de adaptación, resistencia y transformación que refleja la capacidad de las sociedades andinas para reinterpretar y apropiar elementos culturales foráneos, dotándolos de significados propios y profundamente locales. Su veneración se extendió rápidamente desde su santuario en Copacabana hasta los rincones más remotos del territorio colonial, estableciendo una red de devotos que atravesaba todas las clases sociales y grupos étnicos. Los milagros atribuidos a su intercesión, documentados meticulosamente por cronistas coloniales, contribuyeron a consolidar su fama como una de las advocaciones marianas más poderosas del Nuevo Mundo, capaz de proteger a sus fieles en las situaciones más adversas.

Orígenes y contexto histórico de la devoción

La génesis del culto a la Virgen de la Candelaria en el mundo andino está íntimamente ligada a la figura de Francisco Tito Yupanqui, descendiente de la nobleza inca, quien, movido por su profunda devoción, talló la imagen original que se convertiría en el centro de veneración del santuario de Copacabana. El proceso de creación y aceptación de esta imagen, marcado por rechazos iniciales y eventual triunfo, simboliza la compleja dinámica de la evangelización en los Andes (Estabridis Cárdenas, 2006).

El establecimiento del santuario de Copacabana en 1583 coincidió con un período de profundas transformaciones en la sociedad colonial andina. La ubicación del santuario, en un sitio previamente sagrado para los pueblos preincaicos, no fue casual: representaba la continuidad entre lo antiguo y lo nuevo, entre las creencias ancestrales y la fe católica (Estabridis Cárdenas, 2006).

En este contexto de transformación religiosa, la Virgen de la Candelaria emergió como una figura de especial significación para las comunidades indígenas, quienes encontraron en ella elementos que resonaban con sus propias concepciones espirituales. La celebración de su fiesta el 2 de febrero, coincidiendo con importantes ciclos agrícolas andinos, facilitó la asimilación de su culto dentro del calendario ritual local (Estabridis Cárdenas, 2006).

La devoción a la Virgen se expandió rápidamente por todo el territorio del Virreinato del Perú, estableciéndose importantes centros de culto en ciudades como Potosí, Lima y Arequipa. Esta dispersión geográfica del culto estuvo acompañada por la multiplicación de historias milagrosas que reforzaron su imagen como protectora universal de los fieles, especialmente en contextos de peligro y adversidad (Estabridis Cárdenas, 2006).

La virgen de la Candelaria y los milagros mineros

La relación entre la virgen de la Candelaria y la minería colonial representa uno de los capítulos más significativos en la historia de la devoción mariana en los Andes. Entre 1590 y 1698, se documentaron numerosos milagros atribuidos a su intercesión en las peligrosas minas de Potosí, donde las condiciones laborales extremas y la falta de medidas de seguridad convertían el trabajo diario en una aventura mortal. La creencia en su protección divina se convirtió en un elemento fundamental de la cultura minera colonial, especialmente para los trabajadores indígenas que enfrentaban los mayores peligros en las profundidades de los socavones (Orche, 2006).

Las narraciones de los milagros mineros, meticulosamente documentadas por cronistas como los padres agustinos Calancha y Torres, así como por el historiador Arzáns, revelan patrones consistentes de intervención divina en momentos de crisis extrema. Uno de los casos más notables ocurrió en 1590, cuando cien indios y un español quedaron atrapados durante ocho días bajo tierra tras un derrumbe en el cerro Rico de Potosí, sobreviviendo milagrosamente tras invocar a la virgen de Copacabana (Orche, 2006).

La presencia de imágenes de la virgen de la Candelaria en las iglesias de Potosí reflejaba esta estrecha vinculación con la actividad minera. Particularmente significativas eran las imágenes veneradas en las iglesias de san Agustín, san Pedro, san Martín y la parroquia de Copacabana, cada una con su propia historia de milagros relacionados con la protección de los mineros. Esta multiplicidad de imágenes y espacios de devoción sugiere una estrategia consciente por parte de la iglesia para proporcionar consuelo espiritual a una población constantemente expuesta al peligro (Orche, 2006).

La devoción minera a la virgen de la Candelaria trascendió el ámbito puramente religioso para convertirse en un elemento constitutivo de la identidad cultural del Alto Perú colonial. Los testimonios de salvaciones milagrosas no solo reforzaban la fe de los trabajadores, sino que también proporcionaban un marco narrativo para comprender y sobrellevar los peligros inherentes a la actividad minera. Esta tradición de protección divina en las minas ha persistido hasta la actualidad, evidenciando la profunda huella que la devoción a la virgen de la Candelaria dejó en la cultura minera andina (Orche, 2006).

La Virgen de la Candelaria: síntesis de dos mundos espirituales

La confluencia entre la tradición católica y la cosmovisión andina encontró en la virgen de la Candelaria una expresión única que trascendió la mera superposición de creencias. La imagen tallada por Francisco Tito Yupanqui materializó un complejo proceso donde los elementos simbólicos de ambas tradiciones no solo coexistieron, sino que se fusionaron para crear nuevos significados. El emplazamiento del santuario en Copacabana, antiguo centro ceremonial prehispánico, permitió que la sacralidad ancestral del espacio se renovara y resignificara bajo la advocación mariana, manteniendo su papel como eje articulador de la espiritualidad regional (Costilla, 2010).

El calendario ritual asociado a la virgen ejemplifica claramente esta síntesis cultural. La celebración principal del 2 de febrero no solo conmemoraba la Purificación de María según la tradición católica, sino que coincidía con importantes ciclos agrícolas andinos vinculados a la fertilidad y la abundancia. Esta convergencia temporal facilitó que las comunidades indígenas incorporaran sus propias concepciones sobre lo sagrado y sus formas tradicionales de ritualidad dentro del marco devocional católico (Costilla, 2010).

Los agustinos jugaron un papel fundamental al comprender y canalizar esta devoción sincrética de manera excepcional. Su apertura hacia las expresiones locales de religiosidad, distinguiéndose de otras órdenes más restrictivas, permitió que el culto se desarrollara como un espacio de auténtico encuentro cultural donde las comunidades indígenas podían mantener elementos de su identidad mientras adoptaban la nueva fe (Costilla, 2010).

La capacidad de la Virgen de la Candelaria para congregar devotos de diversos orígenes étnicos y sociales, desde las comunidades rurales hasta las élites urbanas, demuestra cómo este fenómeno religioso trascendió las barreras de la estratificación colonial. Las redes de peregrinación que se tejieron en torno al santuario, siguiendo antiguas rutas rituales, no solo mantuvieron viva la tradición de movilización sagrada hacia el Titicaca sino que crearon nuevos circuitos de intercambio cultural que contribuyeron a forjar una identidad religiosa compartida que persiste hasta nuestros días (Costilla, 2010).

Referencias

Costilla, J. (2010). El milagro en la construcción del culto a Nuestra Señora de Copacabana (Virreinato del Perú, 1582-1651). REVISTA ESTUDIOS ATACAMEÑOS ARQUEOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA SURANDINAS Nº39, 35-56.

Estabridis Cárdenas, R. (2006). La Virgen Candelaria en el arte virreinal peruano. ICONOGRAFIA N. 2, 129-136.

Orche, E. (2006). LOS MILAGROS DE LA VIRGEN DE LA CANDELARIA DE COPACABANA EN LA MINERÍA COLONIAL DEL ALTO PERÚ DURANTE LOS SIGLOS XVI Y XVII. De Re Metallica, 83-90.