Artículo de información

Jorge Aristides Malqui Espino, José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

4 de noviembre del 2025

El Señor Crucificado de Chincha constituye una de las expresiones más representativas de la religiosidad popular del sur peruano. Su origen se sitúa en los primeros años del siglo XX, cuando el fervor por el Señor de Luren en Ica impulsó la réplica de una imagen similar en la vecina provincia de Chincha. La creación de esta advocación no respondió a un acto de imitación, sino al deseo de la comunidad chinchana de contar con un símbolo propio de fe que uniera a sus habitantes bajo la misma devoción. En un periodo de limitados recursos y complejas comunicaciones, la práctica religiosa se convirtió en una forma de cohesión social y de afirmación cultural para los pueblos rurales del valle (Calmet Altamirano, 2025).

El contexto social de aquel tiempo explica la fuerza de la iniciativa. Chincha era un territorio predominantemente agrícola, con una población compuesta por familias trabajadoras dedicadas al cultivo de algodón, maíz y frutales. Las comunicaciones con Ica dependían del ferrocarril o de viajes prolongados por caminos de tierra, lo que hacía difícil la asistencia masiva a las festividades del Señor de Luren. En ese escenario, la idea de establecer un culto local no solo expresaba fe, sino también una necesidad práctica: mantener el vínculo espiritual sin depender de los traslados hacia la capital regional. Este proceso, impulsado por vecinos organizados, se consolidó como una manifestación de identidad y pertenencia (Mujica Bayly, 2016).

La cofradía y la creación de la imagen

La historia de la imagen del Señor Crucificado de Chincha comenzó hacia 1908, cuando los hermanos Lorenzo y Saturnino Villalta Farfán, oriundos de Ica pero establecidos en Chincha, promovieron la creación de una cofradía con el objetivo de tallar una nueva figura del Cristo crucificado. Su propuesta tuvo una rápida acogida entre los vecinos, quienes aportaron tiempo, materiales y dinero. El proyecto fue asumido colectivamente y pronto se convirtió en un acontecimiento religioso y social para el valle. La conformación de la cofradía formalizó la devoción y permitió establecer reglas de funcionamiento, con autoridades responsables de la organización de las ceremonias y del cuidado de la imagen (Calmet Altamirano, 2025).

Uno de los momentos más recordados de este proceso fue la elección y tala del olivo destinado a convertirse en la escultura. El hecho ocurrió el 24 de octubre de 1908 en la chacra Condorillo, propiedad de Pedro Napa y Vicenta Martínez, descendientes de antiguas familias de tradición católica. La tala fue realizada en presencia de vecinos y autoridades locales, en una ceremonia que combinó la solemnidad religiosa con el sentido comunal del trabajo. El escultor elegido, Manuel Ortiz, fue un artesano chinchano reconocido por su habilidad en la talla de madera y su devoción personal. Durante casi un año trabajó la pieza, elaborando una representación sobria de Cristo crucificado, de expresión serena y rasgos mestizos, que evocaba el esfuerzo del pueblo que lo había inspirado (Andina, 2023).

El 10 de enero de 1909 se formó la primera directiva de la Cofradía del Señor de los Milagros de Chincha, encabezada por Toribio Napa y Lorenzo Villalta como diputados, Eusebio Véliz y Manuel Ortiz como mayordomos mayores, Saturnino Villalta como tesorero e Hipólito Napa como secretario. Bajo su coordinación se organizó la primera procesión, realizada el 17 de octubre del mismo año. Aunque el recorrido abarcó solo algunas cuadras, la participación popular fue significativa. Este evento marcó el inicio de una tradición que se mantiene hasta la actualidad, con procesiones anuales durante la Semana Santa y el mes de octubre (Andina, 2023).

Con el paso del tiempo, la cofradía consolidó su estructura interna, manteniendo la figura del mayordomo como eje de la organización. Los relevos se realizaban por consenso entre los miembros, garantizando la continuidad del culto. La imagen, guardada originalmente en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, pasó a ocupar un espacio central en las festividades religiosas de la provincia. Su devoción se extendió también a los distritos cercanos, como Grocio Prado y Sunampe, integrando a toda la población del valle en torno a un mismo símbolo espiritual (Obispado de Ica, 2021).

Continuidad, patrimonio y valor cultural

Durante el siglo XX, la devoción al Señor Crucificado de Chincha logró mantener su carácter tradicional pese a los cambios económicos y urbanos de la región. El crecimiento demográfico y la modernización de las vías de comunicación no alteraron la naturaleza comunitaria del culto. Cada año, las familias devotas continúan preparando altares, andas y ornamentos, en una demostración de organización colectiva que trasciende generaciones. La participación de niños, jóvenes y adultos refuerza el sentido de continuidad y preserva la transmisión oral de los rituales y cantos propios de las procesiones (Mujica Bayly, 2016).

En paralelo, la festividad adquirió relevancia institucional. Las autoridades locales reconocieron la importancia cultural y turística del evento, integrándolo al calendario oficial de actividades del distrito. Las procesiones generan también un movimiento económico temporal: vendedores, músicos y artesanos encuentran en estas fechas una oportunidad de sustento. Este aspecto no disminuye el valor religioso del culto, sino que lo complementa, mostrando la interacción entre fe y economía popular que caracteriza a muchas manifestaciones tradicionales del país (Andina, 2023).

Desde la perspectiva patrimonial, el Señor Crucificado de Chincha constituye un bien cultural inmaterial que refleja los procesos históricos de formación comunitaria en el sur del Perú. Su creación a partir de un esfuerzo colectivo, la participación directa de los vecinos en cada etapa y la permanencia del culto por más de un siglo lo convierten en un testimonio de identidad. El Ministerio de Cultura ha señalado que la pervivencia de este tipo de expresiones es esencial para la memoria regional y nacional, al representar la adaptación de la religiosidad católica a las realidades locales y a las dinámicas sociales contemporáneas (Mujica Bayly, 2016).

En la actualidad, la imagen del Señor Crucificado de Chincha mantiene su lugar en el imaginario religioso del valle. La cofradía sigue activa y las celebraciones continúan congregando a miles de personas cada año. La devoción, lejos de debilitarse, se ha ampliado gracias a la participación de nuevas generaciones y al apoyo de instituciones religiosas y civiles. Más de cien años después de su origen, la figura tallada por Manuel Ortiz no solo representa una herencia de fe, sino también un ejemplo de organización comunitaria y de respeto por la tradición (Calmet Altamirano, 2025).

Referencias

Andina. (2 de Octubre de 2023). Andina. Obtenido de Devoción en Chincha: fieles veneran al Señor Crucificado en su recorrido procesional : https://andina.pe/agencia/noticia-devocion-chincha-fieles-veneran-al-senor-crucificado-su-recorrido-procesional-959150.aspx

Calmet Altamirano, O. (28 de Octubre de 2025). facebook. Obtenido de El Señor Crucificado de Chincha : https://www.facebook.com/profile.php?id=100046434465953

Mujica Bayly, S. (2016). Patrimonio cultural inmaterial afroperuano. Lima: Ministerio de Cultura.

Obispado de Ica. (29 de Noviembre de 2021). Obispado de Ica. Obtenido de Obispado de Ica: https://obispadoica.org/wp/