Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
9 de setiembre del 2025
El mar del Callao esconde en su horizonte una isla que carga con los fantasmas de la historia: El Frontón. Lo que comenzó en 1917 como una prisión de máxima seguridad destinada a criminales peligrosos terminó convertido en símbolo de autoritarismo, de resistencia, de sangre y de memoria. Desde sus muros pasaron delincuentes célebres de la crónica roja, opositores políticos perseguidos por dictaduras y centenares de terroristas senderistas que la transformaron en “trinchera de combate” durante los años más oscuros del Perú. Cada época dejó una huella distinta, y todas juntas conforman un retrato brutal del país en su relación con el poder y la violencia (Paredes, 2016 ).
Recordar El Frontón es abrir un archivo que mezcla audacias y tragedias: la fuga temeraria de Fernando Belaúnde Terry en 1959, los escapes frustrados de criminales como Luis Bravo “El Invisible” y Agostino Baletti “Napolitano” en 1958, y finalmente la matanza de 1986 bajo el gobierno de Alan García, cuando más de un centenar de senderistas murieron en un asalto militar que aún divide opiniones. Cada episodio revela la fragilidad de nuestras instituciones y el modo en que la isla se convirtió en espejo de las tensiones del Perú moderno (Comercio, 2024).
El origen de la isla-prisión
El penal de El Frontón fue inaugurado en 1917, durante el segundo gobierno de José Pardo y Barreda, con el objetivo de aislar a los delincuentes más peligrosos en un espacio imposible de franquear. Ubicado en un peñón frente al Callao, a siete kilómetros de la costa, fue concebido como la versión peruana de Alcatraz: un enclave marino que convertía al mar en muralla natural y garantizaba la seguridad de Lima ante los criminales reincidentes que poblaban sus calles (Comercio, 2024).
En sus primeros años, El Frontón alojó a ladrones célebres, asesinos y estafadores, personajes de la crónica policial que hicieron de la cárcel una suerte de escenario mítico de la delincuencia criolla. Las páginas de los diarios registraban con detalle los motines, las reyertas y los intentos de fuga, alimentando la fascinación de la opinión pública por ese mundo oscuro. Sin embargo, la historia pronto demostraría que El Frontón no sería solo un penal común: su destino se ligaría también a la política (Paredes, 2016 ).
Ya en la década de 1930, tras la caída de Augusto B. Leguía, el penal recibió a presos políticos: apristas, comunistas y opositores de turno fueron confinados en sus pabellones húmedos y sombríos. En 1948, durante la dictadura de Manuel A. Odría, incluso periodistas como Pedro Beltrán, director de La Prensa, fueron encerrados en la isla, castigados por ejercer la crítica al régimen autoritario. Así, El Frontón se consolidó como un espacio de castigo no solo para delincuentes comunes, sino también para voces incómodas (Basadre, 1983 ).
La combinación de delincuencia y política convirtió a El Frontón en un lugar temido y a la vez legendario. Desde las celdas húmedas y frías se escuchaban relatos de torturas, intentos de fuga y resistencia. La isla, aislada pero siempre presente en la imaginación colectiva, se volvió símbolo de un Perú que castigaba sin resolver sus problemas de fondo: la pobreza, la violencia y la falta de justicia (Paredes, 2016 ).
La fuga de Fernando Belaúnde Terry
El episodio más célebre de la primera etapa política de El Frontón ocurrió en mayo de 1959, cuando Fernando Belaúnde Terry, joven arquitecto y líder opositor, fue detenido por encabezar una protesta en Arequipa contra el gobierno de Manuel Prado. El arresto derivó en su traslado a El Frontón, lo que encendió las alarmas de la ciudadanía: no era un delincuente, sino un político que simbolizaba la esperanza democrática (Klaiber, 1996).
Apenas días después, Belaúnde decidió desafiar al destino. En la noche del encierro se lanzó al mar, intentando cruzar a nado las aguas heladas que separan El Frontón de la costa chalaca. La hazaña, que parecía imposible, fue descubierta por los guardias, y aunque Belaúnde avanzó con coraje, pronto fue recapturado exhausto en las aguas, incapaz de completar la travesía. El episodio se convirtió en leyenda: un preso político que desafiaba a la prisión isleña con el único recurso de sus brazadas (Paredes, 2016 ).
La presión ciudadana no tardó en estallar. Manifestaciones y reclamos exigieron la liberación del líder opositor, y en apenas doce días el gobierno tuvo que retroceder: Belaúnde fue liberado y las acusaciones retiradas. El intento de fuga, aunque fallido, lo proyectó como símbolo de valentía, reforzando su imagen de “hombre de la bandera” que pocos años antes ya había ganado fama por su desafío al odriísmo (Basadre, 1983).
A partir de entonces, la relación entre El Frontón y la política se selló. La isla no era solo prisión: era un escenario donde se escribían gestas que alimentaban la narrativa nacional. En el caso de Belaúnde, su audaz fuga fallida fue un preludio de la carrera presidencial que lo llevaría al poder en 1963, convirtiendo aquella noche en el mar en una página fundacional de su biografía (Klaiber, 1996).
Las fugas célebres: El Invisible y el Napolitano
Un año antes de la aventura de Belaúnde, el penal había sido escenario de otra fuga recordada por su dramatismo. El 11 de febrero de 1958, los presos Luis Bravo, conocido como “El Invisible”, y Agostino Baletti, apodado “Napolitano”, escaparon de su celda y se lanzaron al mar en busca de la libertad. Los guardias descubrieron la ausencia en un recuento nocturno y dedujeron de inmediato que habían intentado alcanzar la vecina isla de San Lorenzo, la única ruta de escape posible (Paredes, 2016 ).
Al día siguiente, las autoridades capturaron a “Napolitano” escondido en una cueva en San Lorenzo. Durante el interrogatorio confesó que ambos habían nadado juntos, pero que la corriente los había separado. Esa confesión alimentó el misterio en torno al paradero de “El Invisible”, célebre escapista de la delincuencia limeña, cuya suerte mantuvo en vilo a la prensa y a la población. Algunos especulaban que la mafia lo había ayudado a desaparecer; otros creían que el mar lo había tragado para siempre (Paredes, 2016 ).
La incógnita se resolvió días después cuando su cuerpo apareció flotando en las aguas, sin vida y desfigurado. La audacia del escapista quedó reducida a tragedia. Su apodo, que evocaba la capacidad de desaparecer, adquirió un tono fúnebre: esta vez lo invisible era su futuro truncado. La prensa lo despidió como un mito del hampa que había intentado escribir su última hazaña contra el mar y la muerte (Redacción, 2019).
Ambos presos cargaban con un prontuario sangriento: “El Invisible” había asesinado a una mujer en septiembre de 1957, mientras que “Napolitano” había matado a un taxista en junio de 1955. La fuga de 1958 mostró el otro rostro de El Frontón: no solo escenario político, sino también teatro de la crónica roja, donde los criminales buscaban desafiar lo imposible (Paredes, 2016).
Sendero Luminoso y los motines en El Frontón
La década de 1980 transformó radicalmente a El Frontón. Con el inicio de la guerra interna, el Estado destinó a la isla a albergar a presos por terrorismo, en particular militantes de Sendero Luminoso. Los senderistas, que consideraban las cárceles como “luminosas trincheras de combate”, ejercieron un férreo control sobre pabellones enteros, especialmente en el Pabellón Azul, convertido en bastión subversivo (Rospigliosi, 1988 ).
El 12 de septiembre de 1983 estalló un primer motín importante: los senderistas tomaron el penal durante siete horas, denunciando el asesinato de un interno y exigiendo mejores condiciones de vida. Permitieron el ingreso de periodistas, usaron el espacio como tribuna política y se rindieron solo tras lograr exponer su mensaje al país. Fue una muestra clara de cómo habían convertido la prisión en plataforma de propaganda (Paredes, 2016 ).
El 4 de abril de 1985, ya en el segundo gobierno de Belaúnde, unos 500 senderistas se amotinaron, capturando ocho funcionarios del INPE. Presentaron un pliego de quince demandas, desde amnistías hasta mejores condiciones carcelarias. La crisis duró 28 horas y se resolvió sin muertos, pero dejó la sensación de un Estado débil que negociaba con terroristas. La prensa tituló que los “terrucos doblaron al Gobierno”, reflejando la indignación de una sociedad herida por la violencia (Rospigliosi, 1988 ).
En diciembre de ese mismo año, dos senderistas intentaron imitar la fuga a nado de Belaúnde, lanzándose al mar para escapar. La travesía fue frustrada y ambos fueron recapturados. El eco de las fugas pasadas se mezclaba con un presente incendiado por la insurgencia, mientras El Frontón se consolidaba como un polvorín a punto de estallar (Paredes, 2016 ).
La masacre de 1986 y su legado
El 18 de junio de 1986, en plena Conferencia de la Internacional Socialista en Lima, estallaron motines simultáneos en los penales de El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara. Los internos vinculados a Sendero Luminoso se rebelaron, tomaron rehenes y se atrincheraron en protesta contra su traslado a cárceles de máxima seguridad. En El Frontón, cerca de 200 presos se fortificaron en el Pabellón Azul, levantando barricadas y jurando resistir hasta el final, en un ambiente que convirtió a la isla en epicentro del conflicto (Paredes, 2016 ).
El gobierno de Alan García respondió con firmeza. Declaró las cárceles en rebelión como “zonas militares restringidas” y entregó el control a las Fuerzas Armadas. La Marina de Guerra, bajo el mando de oficiales especializados, emprendió el asalto a la isla. Tras un intenso enfrentamiento que incluyó el uso de armamento pesado como bazucas, morteros y explosivos, el Pabellón Azul quedó reducido a ruinas. Al término de la operación, apenas unas decenas de internos sobrevivieron, mientras que la mayoría pereció durante los combates que marcaron uno de los episodios más violentos del sistema penitenciario peruano (Redacción, 2019).
La magnitud de lo ocurrido en El Frontón desató un amplio eco nacional e internacional. La Conferencia Episcopal Peruana expresó su preocupación y lamentó la pérdida de vidas humanas, mientras que diversos sectores sociales y políticos debatieron sobre la dureza de la respuesta estatal. La isla quedó asociada para siempre a esa jornada de sangre, que reveló hasta qué punto la violencia del terrorismo y la represión carcelaria habían alcanzado niveles extremos en el Perú de los años ochenta (Rospigliosi, 1988 ).
Años después, la discusión en torno a El Frontón continuó en los ámbitos políticos, judiciales y académicos. Sin embargo, más allá de los debates, el hecho quedó inscrito en la memoria colectiva como símbolo del choque entre un Estado decidido a imponer el orden y un movimiento subversivo que había convertido las cárceles en trincheras. Décadas después, el recuerdo de lo ocurrido sigue generando polémica y análisis, reflejando la complejidad de aquellos años de plomo (Paredes, 2016 ).
Para Sendero Luminoso, los sucesos de 1986 fueron transformados en parte de su narrativa: desde entonces, el 19 de junio es recordado por sus seguidores como el “Día de la Heroicidad”, exaltando a los caídos como ejemplo de entrega. Para el resto del país, en cambio, El Frontón quedó como recordatorio de la delgada línea entre seguridad y violencia. Sus ruinas permanecieron durante años como un monumento incómodo a la memoria, y en 2025 el Estado anunció la construcción de un nuevo penal de máxima seguridad en la isla, reavivando las discusiones sobre su pasado y sobre el lugar que ocupa en la historia nacional (Redacción, 2019).
Referencias
Basadre, J. (1983 ). Historia de la República del Perú. Lima: Editorial Universitaria.
Comercio. (24 de Octubre de 2024). El Comercio. Obtenido de La Última Pista: https://www.youtube.com/watch?v=mDlyVAnWoL0
Klaiber, J. (1996). La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia. Lima: PUCP.
Paredes, C. (2016 ). El Frontón: la isla de los condenados. . Lima: Fondo Editorial PUCP.
Redacción. (30 de Agosto de 2019). El Comercio. Obtenido de Cuando Fernando Belaunde intentó evadirse del penal El Frontón: https://elcomercio.pe/archivo-elcomercio/archivo/fernando-belaunde-evadirse-penal-fronton-noticia-ecpm-639496-noticia/?utm_source=chatgpt.com
Rospigliosi, F. (1988 ). Los senderistas en los penales: violencia y propaganda. . Lima: DESCO.