Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

5 de junio del 2024

Miguel Ángel Buonarroti fue un artista renacentista italiano que destacó como pintor, escultor, arquitecto y poeta. Su obra abarcó diferentes disciplinas y se caracterizó por su maestría técnica, su expresividad y su profundo conocimiento de la anatomía humana. Miguel Ángel plasmó en sus creaciones un estilo monumental, vigoroso y de líneas potentes que marcó un punto culminante en el arte del Renacimiento (Condivi, 2008).

La importancia de Miguel Ángel radica en su capacidad para innovar y llevar las artes plásticas a nuevas cumbres expresivas. Sus esculturas como el David o la Pietà de la Basílica de San Pedro destacan por su naturalismo y su estudio minucioso de la figura humana. En pintura, sus frescos de la Capilla Sixtina y la bóveda de la Basílica de San Pedro marcan hitos por su dominio del dibujo, la composición y las complejas representaciones narrativas. Como arquitecto, dejó su huella en la cúpula de la Basílica de San Pedro y otros proyectos de gran envergadura (Condivi, 2008).

Los primeros años de Miguel Ángel

En una modesta aldea cercana a Arezzo, en la región de la Toscana, nació el 6 de marzo de 1475 Miguel Ángel Buonarroti. Hijo de Ludovica di Leonardo di Buonarotto Simoni y el terrateniente Lionardo di Buonarotto Simoni, el pequeño Miguel Ángel pasó sus primeros años de vida en una casa de campo familiar en el pueblo de Settignano. Según los relatos, fue puesto a criarse con una nodriza, esposa de un cantero, convirtiéndose así en un niño amamantado con la leche de una familia de artesanos dedicados a la piedra (Gayford, 2014).

No obstante, esta humilde crianza inicial, los Buonarroti pertenecían a una familia noble venida a menos que se había visto obligada a ganarse la vida, ejerciendo Miguel Ángel su oficio de cantero sólo como un medio de subsistencia. La línea familiar se remontaba hasta condes del Imperio Romano y los Buonarroti habían ostentado títulos nobiliarios, desempeñado cargos públicos y sido propietarios de tierras en las cercanías de Florencia. Tal vez por este origen distinguido, desde pequeño se alentó en Miguel Ángel el cultivo de las bellas artes como una ocupación propia de hidalgos (Gayford, 2014).

Cumplidos los seis años, Miguel Ángel fue enviado a una escuela de gramática en Florencia, iniciando así sus primeros estudios formales. Pronto destacó en el aprendizaje del latín y las humanidades gracias a su precoz inteligencia. No obstante, su verdadera vocación comenzó a manifestarse cuando demostraba mayor entusiasmo por la observación de pintores y escultores al trabajo que por los ejercicios de lectura y escritura. En cada ocasión que tenía, el joven Miguel Ángel se dedicaba a dibujar personas, animales y objetos con notable destreza (Gayford, 2014).

El aprendizaje bajo la guía de maestros

A la edad de 13 años, el talento artístico innato de Miguel Ángel llamó la atención del prominente pintor renacentista Domenico Ghirlandaio. Impresionado por los dibujos del joven, Ghirlandaio convenció a la familia Buonarroti de que permitieran a Miguel Ángel ingresar en su célebre taller como aprendiz. Fue así como en 1488 el adolescente dio inicio a su formación formal en las artes bajo la tutela de uno de los maestros más reputados de Florencia (Abate & Martínez Cantariño, 2018).

En el taller de Ghirlandaio, Miguel Ángel absorbió los principios fundamentales del arte renacentista florentino, aprendiendo técnicas de dibujo, pintura al fresco y trabajando con modelos vivos. Sin embargo, pronto su capacidad precoz empezó a superar la enseñanza ofrecida. El joven aprendiz se volcó al estudio personal y la copia obsesiva de obras antiguas, especialmente las esculturas clásicas de la colección de los Médici a las que tuvo acceso gracias al favor de Lorenzo el Magnífico (Abate & Martínez Cantariño, 2018).

La influencia del mecenazgo de los Médici resultó determinante en los años formativos del genio renacentista. Agradado por los avances de Miguel Ángel, Lorenzo el Magnífico lo recibió en su círculo de artistas y humanistas en los Jardines de San Marcos. En este ambiente erudito e impregnado de la filosofía neoplatónica, Miguel Ángel profundizó su conocimiento de la cultura grecolatina y asimiló los ideales estéticos del Alto Renacimiento que más tarde plasmaría en sus obras cumbres (Abate & Martínez Cantariño, 2018).

A los 16 años, Miguel Ángel ya era considerado un artista prometedor dentro del selecto grupo de jóvenes protegidos por los Médici. Sus primeras esculturas en mármol y piezas de terracota evidenciaban una madurez sorprendente y un talento privilegiado para el arte de la talla. No obstante, los disturbios políticos que sacudieron Florencia en 1494 con la expulsión de los Médici obligaron al joven escultor a buscar nuevos mecenas, iniciando así una etapa errante que terminaría por conducirlo a la ciudad de Roma (Abate & Martínez Cantariño, 2018).

Los años de formación en Roma

En 1496, a la edad de 21 años, Miguel Ángel se trasladó a Roma, donde rápidamente logró introducirse en los círculos artísticos gracias a la fama que ya lo precedía. En la Ciudad Eterna, el joven escultor encontró un ambiente propicio para continuar su formación y desarrollar su estilo personal, cautivado por las inmensas obras de la Antigüedad clásica que pudo estudiar de cerca (Condivi, 2008).

Uno de sus primeros grandes mecenas en Roma fue el cardenal Rafael Riario, para quien esculpió el conocido Bacante o Baco, una figura mitológica que mezclaba elementos paganos y cristianos con un naturalismo casi escandalizante para la época. Esta pieza temprana ya evidenciaba la maestría de Miguel Ángel en el tratamiento de la anatomía masculina y su capacidad para infundir movimiento y expresión en la piedra.

En 1498, el Papa Alejandro VI le encomendó la escultura de su tumba monumental, la Pietà Vaticana. Con apenas 24 años, Miguel Ángel cinceló esta obra maestra que representa a la Virgen María sosteniendo el cuerpo sin vida de Cristo. La profunda expresión de dolor y el estudio magistral de las formas desnudas catapultaron su fama como uno de los grandes escultores del Renacimiento (Abate & Martínez Cantariño, 2018).

Tras este triunfo, Miguel Ángel regresó a Florencia en 1501, donde trabajó en diversas comisiones hasta que en 1505 fue llamado nuevamente a Roma por el Papa Julio II. Este ambicioso pontífice tenía la intención de erigir una grandiosa tumba que inmortalizara su memoria. Miguel Ángel se abocó a este proyecto colosal durante varios años, aunque las constantes modificaciones al diseño y los cambios de planes del Papa provocaron que la obra final fuera muy distinta a la concepción original (Condivi, 2008).

La Capilla Sixtina y el inicio de la obra pictórica monumental

En 1508, el mismo Papa Julio II le encargó a Miguel Ángel una de las obras cumbres del Renacimiento: la decoración al fresco de la bóveda de la Capilla Sixtina en los Museos Vaticanos. A pesar de su fama como escultor, el artista aceptó este desafío que marcaría un punto de inflexión en su trayectoria, convirtiéndose en uno de los máximos exponentes de la pintura monumental (Vitoria, 2013).

Trabajando solo y en condiciones físicas extenuantes durante cuatro años, Miguel Ángel creó un prodigio de composición, expresividad y dominio técnico al pintar los 520 metros cuadrados de la bóveda con escenas del Génesis. Las figuras monumentales y musculosas evidencian su profundo conocimiento de la anatomía humana, mientras que las posturas rebosantes de movimiento y las expresiones de gran intensidad dramática plasman el estilo inconfundible del maestro (Vitoria, 2013).

La culminación de la Capilla Sixtina en 1512 consolidó la fama de Miguel Ángel como el artista más grande de su tiempo. Sin embargo, lejos de poder descansar sobre sus laureles, se vio apremiado a emprender nuevos encargos para los papas Julio II y León X, como las tumbas monumentales, la Basílica de San Pedro y la Fachada de San Lorenzo en Florencia, muchos de cuyos proyectos quedaron inconclusos (Vitoria, 2013).

En 1536, a la edad de 61 años, el Papa Pablo III lo convocó nuevamente para realizar la segunda parte de la decoración de la Capilla Sixtina: el inmenso fresco del Juicio Final en el muro del altar. Esta gigantesca obra de más de 500 figuras representando el día del Juicio Final con un impresionante despliegue de desnudos y expresiones viscerales, consolidó la maestría de Miguel Ángel en la pintura mural de grandes dimensiones (Vitoria, 2013).

Los últimos años y la culminación de la cúpula de San Pedro

A partir de 1546, siendo ya un anciano, Miguel Ángel se abocó casi exclusivamente al diseño y construcción de la grandiosa cúpula de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Esta colosal obra arquitectónica se convertiría en el proyecto culminante de su carrera y uno de los mayores desafíos técnicos del Renacimiento (Bonet Delgado & Kliczkowski Wladimirski, 2002).

A pesar de su avanzada edad, Miguel Ángel supervisó personalmente los trabajos de la cúpula durante 17 largos años, sorteando innumerables obstáculos y modificando los planos originales para garantizar la estabilidad de la estructura. Su genio creativo se plasmó en la audaz solución de los anillos de hierro que permitieron erigir la cúpula de doble cáscara sin necesidad de una armazón interior de soporte (Bonet Delgado & Kliczkowski Wladimirski, 2002).

En 1564, justo un año antes de su muerte, Miguel Ángel pudo finalmente admirar la culminación de la cúpula exterior, aunque los trabajos de decoración interior continuarían por varias décadas más. Esta obra maestra de la arquitectura se alzó como un monumento perdurable al talento visionario de su creador (Bonet Delgado & Kliczkowski Wladimirski, 2002).

Agobiado por problemas de salud, pobreza y soledad en sus años finales, Miguel Ángel no perdió su pasión creativa y se entregó también a la poesía y la espiritualidad religiosa. Sus poemas, de estilo elevado y conceptos neoplatónicos, reflejan la complejidad interior de un genio atormentado por las angustias existenciales (Bonet Delgado & Kliczkowski Wladimirski, 2002).

El 18 de febrero de 1564, a los 88 años, el gran artista rindió su último aliento en Roma. Sus restos fueron sepultados con honores en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en un funeral multitudinario que rindió tributo al que fue considerado el alma más divina entre los mortales del Renacimiento italiano (Bonet Delgado & Kliczkowski Wladimirski, 2002).

Referencias

Abate, S., & Martínez Cantariño, F. (2018). Michelangelo Buonarroti: the distinguished homoeroticism. ZBD # 11, 129-142.

Bonet Delgado, L., & Kliczkowski Wladimirski, M. S. (2002). Michelangelo Buonarroti. España: KONEMANN.

Condivi, A. (2008). Vida de Miguel Ángel Buonarroti. España: Ediciones Akal .

Gayford, M. (2014). Miguel Ángel. Una vida épica . España: TAURUS.

Vitoria, M. Á. (2013). Miguel Ángel. El pintor de la Sixtina. Madrid: Ediciones Rialp.