Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

7 de mayo del 2024

Grigori Rasputín fue un personaje tan peculiar como controvertido en la Rusia imperial de principios del siglo XX. Procedente de los humildes orígenes de un campesino siberiano, este místico autoproclamado logró introducirse en los círculos más elevados de la aristocracia gracias a su carisma y supuestos poderes curativos. Su cercanía con la familia imperial de los Romanov le granjeó una influencia sin precedentes en la corte, despertando al mismo tiempo recelos y profundas animadversiones.

La enigmática figura de Rasputín encarnaba las paradojas de su tiempo. Por un lado, representaba las creencias populares y la espiritualidad campesina de la Rusia más tradicional. Por otro, su estilo de vida disipado y su creciente poder político lo convirtieron en un personaje de lo más polémico e impopular entre las élites. La leyenda que rodea a este “staretz” o hombre santo, desde sus presuntos milagros hasta su dramático asesinato, sigue cautivando la imaginación popular y alimentando las más diversas interpretaciones sobre su verdadero rol en los acontecimientos previos a la caída del zarismo.

El campesino místico

Grigori Yefímovich Rasputín nació el 21 de enero de 1869 en el pequeño pueblo siberiano de Pokrovskoye, en el seno de una humilde familia de campesinos rusos. Desde muy joven, mostró una fuerte inclinación hacia la religión y el misticismo propios de la tradición ortodoxa rusa. Se dice que tuvo su primera visión a los 18 años, lo que lo llevó a iniciar un peregrinar por monasterios y comunidades religiosas en búsqueda de una mayor iluminación espiritual (Maria Casals, 2024).

A lo largo de sus viajes, Rasputín adoptó el rol de un “stárets”, figura de gran influencia en la cultura espiritual rusa, considerado un guía y sanador dotado de poderes curativos. Con su aspecto desaliñado, su larga barba y su don de oratoria, cautivó a numerosos seguidores que lo veían como un hombre santo capaz de obrar milagros. Sin embargo, también cultivó una reputación de mujeriego y bebedor empedernido que contrastaba con su supuesta santidad (Maria Casals, 2024).

Fue a raíz de su llegada a San Petersburgo en 1903 cuando su fama comenzó a extenderse. Allí logró granjearse la admiración de influyentes aristócratas y miembros de la corte imperial gracias a sus dotes como sanador. No obstante, el gran punto de inflexión en su vida ocurrió cuando en 1905 fue presentado a la zarina Alejandra, esposa del zar Nicolás II. Ésta quedó impresionada por la capacidad de Rasputín para aliviar los ataques de hemofilia que aquejaban a su hijo, el zarevich Alexis, heredero al trono ruso (Maria Casals, 2024).

El ascenso de un hombre santo

La cercana relación que Rasputín forjó con la familia imperial rusa fue la clave para su vertiginoso ascenso en la alta sociedad de San Petersburgo. La zarina Alejandra, profundamente agradecida por la mejoría que experimentaba su hijo Alexis cuando Rasputín lo trataba, fomentó una gran devoción hacia el místico siberiano. Lo consideraba un enviado de Dios y un hombre bendecido con poderes curativos excepcionales (Kotsiubinski, 2016).

Esta conexión íntima con los Romanov brindó a Rasputín un acceso sin precedentes a los círculos más selectos del poder. Nobles y dignatarios de la corte imperial buscaban su compañía y consejo, fascinados por sus dotes como visionario y curandero. Su reputación de stárets o guía espiritual se vio reforzada por los rumores que circulaban sobre sus supuestos milagros y conexiones con lo sobrenatural (Kotsiubinski, 2016).

Sin embargo, conforme su influencia crecía, también lo hacían las críticas y el escándalo en torno a su figura. Se le acusaba de un comportamiento disipado e inmoral, con tendencias al alcoholismo y la lujuria. Sus detractores lo tildaban de farsante y aprovechado, que se había valido de artimañas para seducir a la zarina y manipular los asuntos de Estado (Kotsiubinski, 2016).

Pese a las voces disidentes, Rasputín se mantuvo firmemente afianzado en la confianza de los Romanov gracias al vínculo casi místico que había forjado con Alejandra. Hasta el último aliento, ésta mantuvo su creencia inquebrantable en los poderes curativos del místico sobre su hijo enfermo. Esta devoración ciega contribuyó en gran medida al deterioro de la imagen pública de la familia imperial y la creciente impopularidad del régimen zarista en vísperas de la Revolución rusa (Kotsiubinski, 2016).

La sombra detrás del trono

A pesar de las reservas iniciales del zar Nicolás II, la insistencia de su esposa Alejandra terminó por convencerlo de la necesidad de tener a Rasputín cerca de la familia imperial. El místico siberiano se convirtió en un confidente cercano, cuya palabra era escuchada con deferencia en los más altos círculos del poder ruso (Slovanských Jazykov, 2009).

Sin ostentar ningún cargo oficial, Rasputín gozaba de una influencia desmedida en las decisiones que se tomaban en el círculo íntimo de los Romanov. Se dice que la zarina lo consultaba constantamente y seguía sus consejos al pie de la letra, incluso en asuntos delicados de política interior y exterior (Slovanských Jazykov, 2009).

Esta situación generó un profundo malestar entre los miembros de la corte y la nobleza tradicional rusa, que veían en Rasputín una amenaza a su estatus privilegiado. Lo acusaban de manipular a la ingenua zarina para imponer su propia agenda e intereses personales, socavando las estructuras de poder establecidas (Slovanských Jazykov, 2009).

Tal era el ascendiente del “stárets” que incluso se le atribuía la capacidad de provocar cambios en la conformación del gobierno imperial mediante sus recomendaciones. Presuntamente, varios ministros y altos funcionarios habían sido nombrados o destituidos a instigación suya, aumentando el descontento generalizado (Slovanských Jazykov, 2009).

La creciente impopularidad de Rasputín y sus excesos personales fueron vistos como una afrenta al decoro y la tradición de la autocracia rusa. Esto, sumado a su supuesta intromisión en asuntos militares durante la Primera Guerra Mundial, terminó convirtiendo al místico en un peligroso elemento desestabilizador a ojos de las élites nobiliarias (Slovanských Jazykov, 2009).

Rasputín, el líder espiritual de las masas

Rasputín no sólo cautivó a la familia imperial con sus supuestos poderes curativos, sino que también logró atraer a un importante número de seguidores entre las clases populares rusas. Su aura de “stárets” o guía espiritual, aunada a su origen humilde, lo convirtieron en una figura inspiradora para los sectores campesinos y obreros. Como señala Maria Casals:

“Su carisma y su aspecto desaliñado cautivaron a numerosos seguidores que lo veían como un hombre santo capaz de obrar milagros. Esta conexión con las raíces populares rusas representaba una amenaza para el establishment nobiliario” (Maria Casals, 2024).

Las creencias y prácticas religiosas de Rasputín se enraizaban en la tradición mística ortodoxa rusa, pero con un fuerte componente de heterodoxia y sincretismo. Se le atribuían dones de sanación, visiones y la capacidad de obrar milagros, lo que lo aproximaba a la figura de los “yuródivi” o locos sagrados venerados por el pueblo ruso. Como afirma el estudioso Slovanských Jazykov:

“Rasputín adoptó el rol de un ‘stárets’, figura de gran influencia en la cultura espiritual rusa, considerado un guía y sanador dotado de poderes curativos” (Slovanských Jazykov, 2009).

Esta dimensión espiritual de Rasputín, aunada a su origen humilde, lo convirtieron en un símbolo de resistencia frente al establishment aristocrático y eclesiástico tradicional. Su creciente popularidad entre las masas representaba una amenaza al statu quo, alimentando los temores de las élites rusas ante un potencial levantamiento popular.

El funesto final del “staretz”

A finales de 1916, un grupo de nobles monárquicos rusos liderados por el príncipe Félix Yusúpov, descendiente de la casa imperial Romanov, decidió acabar con la vida de Rasputín. Lo consideraban una amenaza para el régimen zarista y una perniciosa influencia sobre los zares Nicolás II y Alejandra (Redacción, 2017).

La noche del 16 de diciembre, Yusúpov atrajo a Rasputín a su palacio con engaños y lo envenenó con cianuro y vino. Creyéndolo muerto, los conspiradores se dispusieron a deshacerse del cuerpo. Sin embargo, Rasputín revivió e intentó escapar, por lo que fue rápidamente acribillado a balazos. Aún con vida, fue finalmente asesinado a golpes y su cuerpo arrojado al río Neva (Redacción, 2017).

Los detalles del asesinato de Rasputín se prestaron a toda clase de rumores y especulaciones, convirtiéndolo en uno de los crímenes más célebres de la Rusia imperial. Se decía que Rasputín tenía poderes sobrenaturales y que era prácticamente imposible matarlo dada su condición de “hombre santo” (Redacción, 2017).

Independientemente de las leyendas, el asesinato de Rasputín representó un duro golpe para la ya debilitada monarquía rusa de los Romanov. Su muerte aceleró la caída en desgracia de la familia imperial, que sería derrocada meses después por la Revolución de Febrero de 1917, poniendo fin a tres siglos de gobierno zarista en Rusia (Redacción, 2017).

El legado perdurable de Rasputín

Más de un siglo después de su dramático asesinato, la figura de Rasputín sigue suscitando intensos debates y especulaciones en torno a su verdadero rol e influencia en los eventos que condujeron a la caída del zarismo en Rusia. Algunas fuentes lo retratan como un farsante oportunista que se aprovechó de la ingenuidad de los Romanov para acrecentar su poder personal. Otras, sin embargo, lo describen como un auténtico sanador y visionario, injustamente vilipendiado por las élites aristocráticas rusas.

A pesar de las posturas encontradas, es innegable que Rasputín logró cautivar a un amplio sector de la sociedad rusa con su aura mística y sus supuestos dones curativos. Como señala la historiadora Maria Casals: “Su carisma y su aspecto desaliñado cautivaron a numerosos seguidores que lo veían como un hombre santo capaz de obrar milagros”. Esta conexión con las raíces populares representaba una amenaza para el establishment nobiliario tradicional (Maria Casals, 2024).

No obstante, sus excesos personales y su creciente injerencia en asuntos de Estado terminaron por minar su credibilidad, incluso entre sus defensores más acérrimos. El estudioso Slovanských Jazykov afirma que “se le acusaba de manipular a la ingenua zarina para imponer su propia agenda e intereses personales, socavando las estructuras de poder establecidas” (Slovanských Jazykov, 2009).

El asesinato de Rasputín en diciembre de 1916 fue un duro golpe para la ya debilitada monarquía de los Romanov y contribuyó a acelerar su caída definitiva meses después, con el estallido de la Revolución de Febrero de 1917. La muerte del místico siberiano, lejos de apaciguar los ánimos, avivó aún más el descontento popular contra el régimen zarista, percibido como incapaz de controlar la creciente influencia de este personaje controvertido (Redacción, 2017).

Referencias

Kotsiubinski, A. y. (2016). Rasputín: El diario secreto. España: Planeta.

Maria Casals, J. (17 de Enero de 2024). Historia national geographic. Obtenido de Rasputín, el místico que llevó a Rusia al abismo: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/rasputin-mistico-que-llevo-a-rusia-abismo_10988

Redacción. (1 de Enero de 2017). bbc. Obtenido de ¿Cómo ocurrió en realidad el asesinato del místico ruso Grigori Rasputín?: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-38479636

Slovanských Jazykov, K. (2009). Literatura en el contexto de la cultura eslava del siglo XX. Rusia: Banská Bystrica.