Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
10 de febrero del 2024
Jean-Jacques Rousseau destacó como una de las plumas más agudas e influyentes de la Francia previa a la Revolución. Sus escritos, que circularon activamente pese a la censura, moldearon la conciencia crítica de toda una generación y sentaron las bases para la eclosión revolucionaria de fin de siglo (Cobo Bedía, 1995).
Sin ocupar cargos académicos o políticos de relevancia, sus reflexiones sobre temas cardinales como la educación, la desigualdad o la legitimidad del orden establecido calaron hondo entre los filósofos. Obras como “Emilio” y “El contrato social” se convirtieron en verdaderos manifiestos subversivos para la época. Si bien no está claro en qué medida incidió en los hechos de 1789, es indudable el ascendiente intelectual de Rousseau entre quienes alimentaron el espíritu renovador. Sus ideas fueron controversiales y le granjearon más de un dolor de cabeza con las autoridades ginebrinas y parisinas, que acabaron por proscribir y quemar públicamente sus escritos cuando ya no era posible acallarlos. Más allá de polémicas y condenas, su mirada lúcida y mordaz sobre una sociedad en ebullición hizo de él una suerte de héroe trágico, un Prometeo que osó desafiar los prejuicios de su tiempo con el poder límpido de la palabra (Cobo Bedía, 1995).
Orígenes en Ginebra y una formación poco convencional
Jean-Jacques Rousseau nació un 28 de junio de 1712 en la ciudad de Ginebra, por entonces una próspera urbe manufacturera y comercial, aunque rodeada por los dominios del duque de Saboya. Hijo de Isaac Rousseau e hijo y Suzanne Bernard, su madre murió a causa de una fiebre puerperal solo nueve días después de su nacimiento. Esta temprana orfandad marcaría profundamente el devenir del pequeño Jean-Jacques durante su infancia. Su padre, de profesión relojero, se vio obligado a abandonar Ginebra en 1722, cuando su hijo tenía 10 años, tras haber sido acusado de provocar un altercado. El joven Rousseau quedó entonces a cargo de su tío Samuel Bernard, hermano de su difunta madre (Guiu Payà, 2016).
Su tío paterno decidió primero enviarlo fuera de la ciudad para que trabajara en una granja cuidando vacas durante un tiempo. Cuando cumplió 13 años lo llevó de vuelta a Ginebra para iniciarlo como aprendiz de grabador de medallones y láminas de metal. Pero Rousseau demostró ser de un carácter rebelde e independiente, renuente a toda disciplina. Así, sus estudios del oficio fueron breves y erráticos, al punto que su tío terminó por echarlo de casa. Jean-Jacques continuó entonces una vida errante y solitaria durante su adolescencia, desempeñando los más diversos trabajos para subsistir, desde lacayo y mayordomo hasta preceptor ocasiónal (Guiu Payà, 2016).
Una educación poco ortodoxa centrada en la música y la naturaleza Sus únicos estudios formales los había realizado entre los 9 y 10 años en un pensionado religioso de Bossey, donde tomó algunas clases de latín, historia y geografía. Ya de vuelta en Ginebra frecuentó brevemente una escuela de grabado y luego una academia de dibujo, pero estos pasos por las aulas convencionales no prosperaron. Fue principalmente de forma autodidacta, a través de extensas y variadas lecturas, su pasión por la música y largos paseos de observación meticulosa de la naturaleza, que Rousseau se formó su peculiar temple intelectual durante aquellos años decisivos (Guiu Payà, 2016).
Incursión en distintas ocupaciones intelectuales y artísticas
Tras una adolescencia errante marcada por la falta de un oficio estable, ya entrado en sus veintitantos Rousseau comenzaría a desempeñarse en distintas labores relacionadas con el mundo de las ideas y las artes, mientras proseguía su formación de manera dispersa pero intensa. Así, en 1732 se trasladó a París bajo la protección de Madame de Warens, quien fue su amante y figura materna sustituta por muchos años. Allí estudió música, matemáticas e idiomas y trabajó como secretario de distintas personalidades de la aristocracia (Cobo Bedía, 1995).
Luego viajó a Venecia en 1743 como secretario del embajador francés, pero tras constantes disputas debió regresar a París al año siguiente. Retomó entonces sus estudios de botánica, química, astronomía e historia natural en la capital francesa y el campo, a la vez que copiaba partituras y daba algunas clases de música. En 1745 conoció a Thérèse Levasseur, una joven iletrada que se convirtió en su compañera hasta el final de sus días. Junto a ella tuvo cinco hijos que terminaron abandonados en un hospicio por su precaria situación económica (Cobo Bedía, 1995).
Su formación autodidacta en distintos saberes encontró luego una vocación en la música y especialmente en la teoría musical, áreas en que Rousseau realizaría importantes aportes durante su etapa de madurez como pensador político. Sus reflexiones y publicaciones fruto de esa vasta cultura adquirida de manera nada sistemática impactarían finalmente los debates de su época (Cobo Bedía, 1995).
El germen de las ideas revolucionarias
Las obras más emblemáticas de Jean-Jacques Rousseau como “El Contrato Social” y “Emilio” circularon profusamente en la Francia prerevolucionaria, calando hondo en la intelectualidad crítica. Sus reflexiones sobre la legitimidad del orden político, la libertad individual y la virtud cívica fueron asimiladas y reformuladas por pensadores que luego tendrían un rol protagónico en los sucesos de 1789 (Swenson, 2000).
Si bien Rousseau no puede considerarse un ideólogo de la Revolución ni un revolucionario en sentido estricto, sus escritos contenían el germen de concepciones que años más tarde cobrarían vida práctica: la soberanía popular como único origen legítimo del poder, la igualdad ante la ley y el fin de los privilegios estamentales, la exaltación de la república y la participación ciudadana. Estas nociones fueron madurando lentamente en el seno de una sociedad en ebullición (Swenson, 2000).
La subversión de las conciencias
Más que por sus propuestas concretas, la influencia de Rousseau radicó en haber subvertido las conciencias de toda una generación hastiada del Antiguo Régimen. Su llamado apasionado a recuperar la libertad original del hombre, a cuestionar sin temor toda autoridad injusta, a rechazar las cadenas de la opresión, fue calando en los espíritus. Su pluma despertó la autoestima y la energía cívica necesarias para desafiar el orden establecido (Swenson, 2000).
Rousseau no fue un agitador ni un revolucionario práctico, pero supo dar forma teórica y comunicar de manera elocuente el malestar que crecía en amplios sectores sociales. Su pensamiento alimentó ese “espíritu renovador” que se expresaría luego en los clubs, asambleas populares y acciones concretas de la Revolución (Swenson, 2000).
Su papel en la revolución
En definitiva, si bien Jean-Jacques Rousseau no puede considerarse un revolucionario en sentido estricto, su pensamiento tuvo un rol seminal en la gestación de la Revolución Francesa. A través de sus escritos, supo dar forma y transmitir el malestar y las aspiraciones de cambio que se incubaban en la sociedad francesa del siglo XVIII. Conceptos como la soberanía popular, la virtud cívica y la crítica al absolutismo calaron hondo entre quienes luego serían actores clave de 1789 (Guiu Payà, 2016).
Más que por sus propuestas concretas, la influencia de Rousseau residió en su capacidad para despertar la autoestima y el espíritu crítico de toda una generación, erosionando la legitimidad del Antiguo Régimen. Su pluma encendió la mecha que años más tarde estallaría en una revolución sin precedentes. Si bien su huella exacta en los acontecimientos es difícil de rastrear, lo cierto es que el ideario republicano y humanista que inspiró su obra terminaría plasmándose en las reformas revolucionarias que cambiaron el curso de la historia francesa y universal. Rousseau fue, en este sentido, un auténtico intelectual subversivo (Guiu Payà, 2016).
Referencias
Cobo Bedía, R. (1995). Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau. Madrid: Cátedra.
Guiu Payà, J. (2016). Jean-Jacques Rousseau: El pensador indignado del siglo XVIII. España: Editorial UOC.
Swenson, J. (2000). On Jean-Jacques Rousseau. Ginebra: Stanford University Press.